¡Qué fácil es ser feliz!

Peter es un hombre de 59 años que vive entre la vegetación de una de las bahías que forman Marlborough Sounds. Hace 26 años que llegó. Era el año 1986, Peter estaba casado y  tenía un negocio dedicado a la producción de Pavlovas en Christchurch, se puede decir que llevaba una vida acomodada. Aun así no era completamente feliz. Un día, en un viaje de negocios a Picton, al norte de la isla Sur de Nueva Zelanda, quiso recorrer como turista los Marlborough Sounds, fue allí cuando descubrió la verdadera felicidad y un nuevo modo de vida. Lo dejó todo y empezó de 0.

Vista de los Marlborough Sounds

Vista de los Marlborough Sounds

Picton, puerta de entrada a la Isla Sur

Picton, puerta de entrada a la Isla Sur

Compró el terreno que más cumplía sus expectativas, lo tenía todo calculado. “El sol sale por el este, así en este lado de la bahía tengo sol todo el día, y en invierno el sol es más bajo, así que esta ubicación es perfecta.” Comenta orgulloso la elección que hizo hace 26 años. Después de todo el papeleo, sin conocimientos de construcción ni arquitectura, pero con muchos libros sobre la temática empezó a construir su casa. Durante 7 meses estuvo viviendo en una tienda de campaña en medio del bosque. El material para la construcción de la casa, en su mayoría madera, la conseguía de lugares que derribaban en algún lugar de la isla, los compraba a bajo precio a veces incluso le salía gratis. Los transportaban hasta Picton y en Picton cargaba cada una de las piezas de madera en su pequeño barco que compró a un pescador. Recorría los 8km que separan Picton de la bahía Logmara en poco más de una hora en su pintoresco barco. Una vez en la bahía los subía hasta el lugar donde tenía que edificar su modesta casa. “Tardé 7 meses en acabarla, ¡no soy un constructor! Quizás si lo hubiera sido hubiera tardado 2 meses…” Comenta.

Bahía Logmara, donde Peter construyó su casa hace 26 años

Bahía Logmara, donde Peter construyó su casa hace 26 años

Peter es una persona fácil de tratar, easygoing que dirían aquí en Nueva Zelanda. Lo conocí a través de la web Couchsurfing, una web que te permite conocer gente de todo el mundo e incluso quedarte algún día en su casa en el caso que ofrezca alojamiento. Peter lo da todo. Cuando llegué a su pequeña cabaña, a través de un pequeño funicular de madera fabricado por él, nos hicimos unos sándwiches y me sirvió un vaso de limonada casera. Comimos sentados en las butacas con vistas al mar, se esperó a que me sentara y me acercó un cojín “Esta es la mesa, Marta”, con una sonrisa de oreja a oreja. “¿No crees que somos afortunados? Mira el paisaje”. Acabamos de comer y empecé a conocer más a Peter. Me contaba como de fácil es ser feliz, decía que cada uno tiene que buscar la felicidad en lo que le llene, en su caso fue trasladarse en un lugar en medio de la nada, rodeado de naturaleza  y construir su propia casa, y más tarde la casa que tiene de alquiler para los turistas. Lo hizo con ganas, no fue nada difícil cuenta, ya que era lo que quería hacer. No fue un trabajo duro, era su deseo. Hoy por hoy sigue trabajando en los alrededores, se puede decir que mantiene las casas de verano instaladas en la zona.

Marlborough Sounds

Marlborough Sounds

Luego por la noche cocinó un increíble guiso de judías rojas con vegetales, incluido calabacines de los que tiene en su pequeño huerto “Oh Dios mío, cada día nacen 3 o 4 calabacines nuevos”. Después de la gran cena sacó el postre: una pipa hecha por él y marihuana. Se quejaba de como los europeos fuman la marihuana. “¿Por qué demonios la mezcláis con tabaco?”. Se hizo de noche y fuimos a dormir.

Vista desde el Queen Charlotte Track

Vista desde el Queen Charlotte Track

El día siguiente empezó con una mañana soleada y haciendo senderismo por la zona. Llegamos hasta el popular Queen Charlotte Track de 71 km que recorre el Queen Charlotte Sound, uno de los 3 que forman los Marlborough Sounds. Durante las 2 horas y media Peter no paraba de hablar sobre la vida animal y vegetal que nos rodeaba, lo sabía todo. Parecía un animal del lugar. Conocía todos los rincones. Incluso en un momento me preguntó si tenía sed, afirmé. Así, nos salimos de la ruta para subir hasta un lugar donde el agua se filtraba a través de una larga cortina de plantas, de detrás de una piedra sacó un vaso de plástico amarillo y lo puso bajo las gotas que caían, a los 3 minutos ya tenía mi vaso de agua bien fresca. De vuelta a Titoki, es así como se llama la casa para los huéspedes, fuimos a coger mejillones de la bahía, los limpiamos y cocinamos una gran ensalada con mejillones rebozados. Al mismo tiempo me enseñó a preparar un buen pickle de pepino, cebolla y pimiento.

El "manantial-escondite" de Peter

El «manantial-escondite» de Peter

Compartir el primer fin de semana del 2013 con Peter fue una gran experiencia, aprendí de él y de mí, volví a darme cuenta que la felicidad y ser feliz, la mayoría de las veces, depende de uno mismo.

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