Después del paso por la ciudad de Vigan, en la provincia de Ilocos en la isla de Luzón, mi siguiente parada sería Baguio, un descanso corto, de una noche, solamente para seguir rumbo a Sagada y Banaue. Estos dos pueblos, entre otros, situados en la provincia de Ifugao son conocidos por su entorno, la belleza del paisaje configurado gracias a las terrazas de arroz construidas hace más de 2.000 años. Un paisaje de arrozales perfectamente adaptado a las curvas del relieve gracias al pueblo ifugao. Muchos consideran estas obras agrónomas la octava maravilla del mundo. No es para menos, los pueblos de la Cordillera representan una armonía excepcional del hombre con la naturaleza, paisajes inundados por mares de verde y amarillo, dependiendo de la temporada.
Por su belleza, su antigüedad y el trabajo que suponen las terrazas de la Cordillera de la isla de Luzón fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad en 1995 y declaradas en peligro entre los años 2001 y 2012. El área que ocupan las terrazas de arroz es muy extensa pero son solamente 5 áreas localizadas en 4 municipalidades las que están inscritas en la UNESCO. Las cinco áreas son Nagacadan, Hungduan, el área central de Mayoyao, Bangaan y Batad, estas últimas las áreas que tuve la oportunidad de visitar.
Son verdaderamente obras de arte. Alcanzan altas alturas y están construidas en pendientes más empinadas que otras terrazas de arroz. El complejo de Ifugao está hecho con paredes de piedras y barro, con un cuidadoso talle del entorno natural de las montañas para poder construir campos con estanques. Su complejo sistema de irrigación, trayendo agua para la cosecha desde lo alto de las montañas y así elaborar un sistema de labranza, refleja una obra maestra de ingeniería agrónoma que todavía hoy es presente.
El mantenimiento de estas terrazas después de más de 2.000 años refleja una cooperación de toda la comunidad que se basa en el conocimiento detallado de los recursos biológicos existentes en el ecosistema de la región de Ifugao. También respetan los ciclos lunares, planifican y conservan el suelo, tienen un buen dominio sobre el control de las pestes basado en el procesamiento de las variedades de hierbas, y por supuesto todos estos conocimientos se acompañan de ritos religiosos.

Figuras relacionadas con las diferentes etnias de los pueblos ifugao custodian los arrozales de Banaue
Sagada, mi primera parada, es un pueblo tranquilo, durante el mes de junio hay poco turismo y por las calles apenas se ven extranjeros. Los dos días que pasé en medio del océano de arroz que me rodeaba los dediqué a caminar por las mañanas y a descansar por las tardes. Alrededor de Sagada se pueden visitar también las cuevas Sumaging y las tumbas colgantes.
Para llegar hasta Banaue, uno de los puntos que se consideran más visitados de la zona tuve que tomar un Jeepney hasta Bontoc, uno de esos Jeeps militares que los norteamericanos dejaron después de la II Guerra Mundial y los filipinos tunearon hasta convertirlos en un emblema nacional. Desde este pueblo un jeep me llevó hasta Banaue. Este pueblo es un valle abrazado por arrozales, el pueblo puede parecer feo para cualquiera, pero su ubicación y la gente con la que me crucé hicieron de Banaue un pueblo agradable y bonito a mis ojos.
Después de unos días por este pueblo y con cientos de fotos de las terrazas de arroz volví a Manila. Allí, al día siguiente, a las 18.00 zarpaba mi barco, el April Rose, un barco que jamás olvidaré. ¡No te pierdas el siguiente post!