Conocí a un grupo de indígenas Calamian Tagbanua el día después de llegar a la isla de Coron, perteneciente al archipiélago de Palawan. Son uno de los grupos étnicos más antiguos de las Filipinas, habitan en Palawan y las islas Calamianes. En el año 2000 se estimó que la población de esta tribu era de 10.000 personas.
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Playas, paz y tranquilidad en Coron
Y después de la tormenta llegó la calma. Coron me recibió con los brazos bien abiertos. Un pueblo pequeño de habitantes muy sonrientes y simpáticos, muchos ya me conocían del barco, paseaba por las calles y los mercados y algunos me saludaban. Notaba esa mirada de complicidad, esa que nos unía por haber vivido una terrible historia días atrás.
El pueblo es fácil de visitar. En el ambiente se percibe un ritmo de vida tranquilo. Parece no haber complicaciones. Los dos mercados de la ciudad están muy cercanos el uno del otro. En uno se venden los productos frescos: pescado, carne, verdura y fruta, y en el otro se encuentra la comida preparada, te la cocinan en el momento, como la mazorca o choclo para los amigos de Sudamérica, o la venden en paquetitos y bolsitas, como los dulces.
Pesadilla en el Mar de la China
El 19 de junio de 2013 volvía a estar de nuevo en Manila con dirección a esas playas paradisíacas filipinas de las que tanto había oído hablar. Escogí la isla de Palawan, paradisiaca y cercana a la isla de Luzón. Para llegar a Corón, una de las municipalidades de Palawan, se puede ir en barco o en avión. Por supuesto la opción más barata es el barco, y todavía más barata es la opción que tomé yo, el April Rose, un barco de pasajeros y mercancías de la época de la II Guerra Mundial. Fueron 1000 pesos filipinos (unos 16 euros) y también 1000 pesadillas a bordo. El viaje debía durar 18 horas pero finalmente duró 72.
Estuvimos tres días detenidos en mitad del Mar de la China. Un tifón nos azotó la primera noche. Aquella noche suena a pesadilla cuando la recuerdo, esas pesadillas que quieres que acaben y cuando despiertas te es imposible contarlas con detalles porque no las recuerdas por completo. (Sigue más abajo ↓)
- Puerto de Manila desde el April Rose
- El April Rose
- Interior del April Rose
- Varados a escasos metros de una isla inhabitada
- Aseos del April Rose
- Otro día más estancados
- «Descansando» en la litera
- Tiempo para pescar pequeños peces
- La pesca del día
- Cocina del barco
- Algunas de las mercancías que transportaba el barco
- Otras mercancías que transportaban hasta Corón
- La tormenta del día anterior ya había pasado
- Puerta de la planta de abajo del barco
- Intentando dormir
- Varados delante de la isla inhabitada
- La cabina del capitán
- La planta de arriba del barco casi vacía
- Matando el tiempo con una pedicura
- Trabajadoras del barco
- Jenelyn, positivismo puro
- Interior del barco
- Una de las chicas que viajaba con su hijo de dos años
- Las sonrisas nunca desaparecieron
- Un mediodía en el barco
- Unas horas antes de llegar a Corón ya estábamos más tranquilos
- Interior del barco
- B-187. Mi litera
- Antes de llegar a Corón rompió a llover
- Temporada de monzones
- Llegando a las costas de Palawan
- Con las trabajadoras del April Rose
- El bebé también estaba emocionado por llegar a Corón
- Sana y salva en el puerto de Corón
Los dos días siguientes el mar estaba en calma. Anclados esperamos a que los guardacostas dieran permiso para seguir a nuestro destino. La desinformación y el miedo a volver a pasar por otro tifón me hicieron vulnerable y muy atemorizada. Afortunadamente los momentos de miedo se paliaron con las conversaciones llenas de risas con los jóvenes del barco. El primer día nadie se atrevía a hablarme, creían que yo era una yankee que hablaría el inglés perfecto. Después del tifón todos se apiadaron de mí. Con Jerry, un chico filipino, pasé horas y horas charlando, y con EunicElise, Jenelyn y otras chicas y chicos que trabajaban en el barco cantamos, tocamos la guitarra, reímos, pescamos…
Todo pasó y el sábado 22 de junio llegamos al puerto de Corón. Las nubes se despejaban, la pesadilla se había acabado por fin. Me sentí muy afortunada, tras poner un pie en el suelo de la isla respiré tranquila y emocionada. No podía creer lo que había pasado los últimos días. El sol, el calor, las playas, las aguas, las puestas de sol y la gente que conocí durante esa semana en Corón fueron los mejores regalos para culminar mi paso por Filipinas.