Conocí a un grupo de indígenas Calamian Tagbanua el día después de llegar a la isla de Coron, perteneciente al archipiélago de Palawan. Son uno de los grupos étnicos más antiguos de las Filipinas, habitan en Palawan y las islas Calamianes. En el año 2000 se estimó que la población de esta tribu era de 10.000 personas.
Jerry, un chico filipino que conocí en el “barco maldito” se ofreció a presentármelos. Después de tres cuartos de hora en moto llegamos hasta este rincón de la isla apartado de todo atractivo turístico, aunque no por eso dejó de ser bello. Por unas horas sentí que era la única persona extraña en ese lugar, recorriendo los caminos de polvo sentí que el turismo masivo y explotador de hoy en día que afecta a todos los territorios no existía.
Llegamos a una de las casas en medio del bosque. Una casa hecha con bambú rodeada de niños y niñas de todas las edades, de gallinas y sus pollitos, de gatos, de cachorros de perro y también de mucho plástico, envoltorios de plástico de caramelos, de patatas, de bollos…En el otro lado de la casa un hombre trabaja en una barca de madera, ya tiene forma, le falta poco para acabarla. Ese es su medio de subsistencia, un medio para poder pescar lo que necesita su comunidad para un día.
Los Calamian Tagbanua de Coron que viven en los dos poblados de Banuang Daan y Cabugao se dedican mayoritariamente a la pesca. Como pescadores sus vidas giran alrededor de los lagos (awuyuk), los corales (talu), las aguas ancestrales (teeb sorableyen), las cuevas (leyang) y los bosques (geba).
Otra de las actividades más importantes para este grupo es la recolección de nidos comestibles, muy preciados por la población china (nidos que fabrican las salangas nidoblanco, un tipo de ave que vive en el sudeste asiático). El cultivo de algas marinas, el tejido de alfombras y tapetes y el turismo creciendo a una velocidad exponencial son también actividades practicadas por la comunidad que “posee”¹ estas tierras. A pesar de que los Calamian Tagbanua basan su modo de vida en la subsistencia de su comunidad se les puede ver también en mercados, según la época del año.
Mientras el hombre trabaja la madera de la barca llega el pastor Nonoy Ortiz, un hombre dedicado a las personas más desfavorecidas de la zona. La electricidad no llega hasta aquí, tienen que ir a buscar el agua afuera, con donaciones de la comunidad y familias que nos ayudan podremos conseguir cubrir los recursos básicos para los Calamian Tagbanua que viven en esta zona me cuenta esperanzado el pastor. Parece que el gobierno filipino, a pesar de haber declarado en 2003¹ la isla de Coron y sus aguas ancestrales dominio para los Tagbanua, hace caso omiso de la precaria situación en la que viven.
Mientras el pastor Ortiz me explica más cosas nos acercamos a la casa, llena de niños y dos chicas que no nos quitan el ojo. Los niños se abalanzan pidiendo fotos y con ansias se tiran a la pantalla de la cámara para verse cómo han quedado. Posan, ríen los más extrovertidos, otros se esconden detrás de una sonrisa inocente. Las dos chicas son jóvenes, son Karina y Leya. Leya viste una camiseta de color amarillo verdoso y unos pantalones cortos de color blanco con topos de colores, tiene 32 años y 5 hijos. Se casó con 14. Las mujeres de la comunidad, como ella, se dedican a las tareas de casa y cuando llega la temporada de cosecha de anacardos trabajan en la fábrica. Por cada kilo de anacardo pelado reciben 16 pesos, unos 0,3€.
Leya acostumbra a mascar nuez de areca envuelta por hoja de betel, es por eso que sus dientes han tomado un color rojo perpetuo. Esta costumbre está extendida por muchos países del sudeste asiático para combatir la halitosis, aunque muchos lo usan como estimulante y tiene efectos adictivos. En Filipinas no es una costumbre entre las personas de ciudad, Jerry me hace hincapié en esa costumbre de la tribu y parece perplejo cuando ve que las mujeres mascan betel. Leya no deja de sonreír, el pastor Nonoy Orrtiz y mi amigo Jerry son los traductores de todas las preguntas que se me pasan por la cabeza. Leya y yo no nos podemos entender oralmente, pero los ojos, las sonrisas y los gestos que nos intercambiamos son de un gran valor para mí.
Los tagbanua también festejan la unión entre una mujer y un hombre, los matrimonios surgen por varios factores, a veces son enlaces acordados por los padres, otras por amor, por fuerzas espirituales de la naturaleza…La unión de los tagbanua no entiende de papeles ni certificados, por eso cuando escolarizan a sus niños y niñas el colegio no reconoce quiénes son los padres. Trámites gubernamentales que facilitarían la convivencia son negados a comunidades tribales de Filipinas.
Puede que su modo de vida y sus tradiciones nos resulten aburridas si las comparamos con nuestro mundo de posesiones y ocio saturado. Realmente es nuestra sociedad quien está contaminándolos. Poco a poco pierden sus costumbres y sus creencias originarias. Ojalá llegue el día que las posesiones no sean importantes y el sentimiento de superioridad desaparezca. Que nos comprendamos los unos a los otros, que podamos entender que hay gente feliz sin una televisión o un teléfono móvil, tan feliz o más como los que sí los poseemos. Que podamos ser felices con la riqueza natural que nos rodea y las costumbres ancestrales a las que formamos parte.
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