Finalmente, después de 6 meses por las antípodas cambié de escenario. Oceanía dejaba paso al sudeste asiático. El punto de inicio fue Kuala Lumpur, la ciudad más grande de Malasia. Su símbolo son las torres gemelas más altas del mundo: las Torres Petronas, diseñadas por el arquitecto argentino César Pelli, son un espectáculo, una maravilla arquitectónica, una obra moderna de 452 metros cada una que embelesa las miradas de todos los turistas que llegan a la gran urbe.
En KL, como se la llama coloquialmente, viven casi 2 millones de personas, aunque en su área metropolitana son casi 7. Para el que nunca ha estado en un país asiático las calles del centro de la ciudad brindaran las principales características de lo que es vivir en Asia. China Town y Little India son el epicentro de la cultura y la muestra tangible del día a día de la ciudad. Colores, olores, sabores, voces, gritos…y tú, una amalgama de diferencias entre oriente y occidente.
El sudeste asiático, donde no hay aceras en las calles, los puestos de comida callejera surgen a borbotones al caer el sol, las miradas persiguen a los occidentales en las calles poco transitadas por turistas, el olor a incienso surge de cualquier tienda, las fruterías callejeras son una paleta de colores vivos y frescos con formas y sabores únicos… Ese mundo que había conocido años atrás, con bastantes cambios, en India, se abrió de nuevo antes mis ojos, un mundo del que me acabaría acostumbrando pero que de todas maneras nunca me dejaría de sorprender. Aun así, la capital malasia es una ciudad ordenada, grande, con mucho tráfico pero nada tiene que ver con las vecinas capitales del sudeste asiático. Es un buen principio para ir desentramando lo que esconden los demás países colindantes.
Malasia es un país conservador, algo que quizás no se aprecia a simple vista o no es tan evidente como en otros países. Pero, por ejemplo, los derechos de la comunidad LGBT (lesbianas, gais, bisexuales y personas transgénero) son básicamente nulos. La Sección 377 del código penal prohíbe la sodomía tanto heterosexual como homosexual y la castiga con penas que pueden llegar a ser de 20 años de prisión, multas o castigos corporales: Castigo por cometer relación sexual carnal en contra del orden de la naturaleza. 377B. Quien voluntariamente cometa una relación sexual carnal en contra del orden de la naturaleza será castigado con una pena de encarcelamiento por un periodo que puede llegar a extenderse hasta los 20 años, puede que también se le castigue con palizas. Esta ley se basa en el Código Penal indio de 1860 y fue promulgada durante el régimen colonial británico. En 2009, India derogó su ley de sodomía.
Uno de los casos más conocidos es el de Anwar Ibrahim, el ex primer ministro de Malasia. En el año 1998 fue acusado de sodomía además de delitos de corrupción, estuvo encarcelado hasta el 2004, cuando la Corte Suprema revocó la pena por sodomía. Debido a esa condena, se le prohibió ejercer la política hasta 2008. La directora adjunta del Programa de Amnistía Internacional para Asia y Oceanía, Donna Guest, afirmó: “La ley de sodomía viola los derechos de los gays malasios. De hecho, se utilizó como instrumento de represión política contra Anwar.”
Es fácil pensar que este conservadurismo o fuerte represión se debe a la religión mayoritaria en Malasia, el islam. Según las estadísticas de la web Pew Research, en 2010 un 61,4% de la población malaya era musulmana, cifra que representa un 1,1% del total de la población mundial que practica el islam. Es una conexión fácil. Aunque, cabe recordar que la sección 377 fue promulgada bajo el régimen colonial británico. Ciertamente, a lo largo de la historia, el islam ha tenido opiniones variadas sobre la homosexualidad. Tanto como otras religiones. También es cierto que el Corán y el Hadiz condenan explícitamente los actos sexuales entre personas del mismo sexo y la Sharia o ley islámica lo consideran un delito punible. Por otro lado también encontramos, en la literatura clásica árabe muchas referencias a la homosexualidad, en “Las mil y una noche” por ejemplo, abundan estas alusiones, también existen organizaciones musulmanas a favor de los derechos de la comunidad LGBT como la Fundación Al-Fatiha.
Es un debate infinito, pero al final las condenas y los castigos que se imponen son impuestos por las personas que representan el gobierno, de cómo ellas interpretan la ley. Aunque se comparen dos países regidos por la Sharia, sus leyes, sus penas y condenas serán distintas.