Llegué antes que el crudo frío se asentara en este rincón norte del mundo. Durante 20 días el sol brillaba, calentaba e iluminaba Banff casi a diario, este pequeño pueblo de las montañas rocosas canadienses. La majestuosidad de la naturaleza no dejaba de asombrarme cada día que despertaba y miraba a mí alrededor. Cuesta creer que tanta belleza se reúna en un solo lugar y que además yo pueda ser testigo diario de ella. Como siempre, los primeros días en un nuevo lugar, experimenté sentimientos controvertidos, miedo, incertidumbre, alegría, emoción, soledad. Poco a poco encontré todo lo que necesitaba para asentarme durante unos meses en este pequeño lugar. Con casa y trabajo, me fui sintiendo de nuevo en una nueva zona de confort. Si más no en una cierta estabilidad para seguir el rumbo del cambio, seguir conociendo lugares y aunar experiencias diferentes.
Vivir en Winterland, las montañas rocosas de Canadá
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