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La grandiosidad del Masai Mara

«Salimos a la primera hora de la madrugada y nos dirigimos hacia el norte: a mano derecha teníamos el Océano Índico, invisible desde la carretera, y a la izquierda, primero el macizo de Nguru y luego, y durante todo el tiempo, la estepa de los Masai. La verde naturaleza se desplegaba a ambos lados a lo largo de todo el camino. Hierba alta, arbustos tupidos y enmarañados, sombrillas desplegadas de los árboles… Y así hasta la montaña del Kilimanjaro y las dos pequeñas ciudades situadas en sus inmediaciones, Moshi y Arusha. En Arusha doblamos al oeste, hacia el lago Victoria. Después de 200 kilómetros empezaron los problemas. Habíamos entrado en la inmensa llanura del Serengeti, la más grande concentración de animales salvajes. Mirásemos por donde mirásemos, por todas partes aparecían nutridas manadas de cebras, antílopes, búfalos y jirafas… Y todas estas bestias se pasan la vida paciendo, correteando, brincando y galopando. Unos cuantos leones permanecían inmóviles al borde de la carretera, algo más lejos se veía una manada de elefantes y mucho más alejado, casi en la línea del horizonte, un leopardo corriendo a grandes saltos elásticos. Todo aquello parecía increíble, inverosímil. Como si uno asistiera al nacimiento del mundo, a ese momento particular en que ya existen el cielo y la Tierra, cuando ya hay agua, vegetación y animales salvajes pero aún no ha aparecido Adán y Eva. Y precisamente aquí se contempla ese mundo recién nacido, un mundo sin el hombre, y por lo tanto sin el pecado; es aquí, en este lugar, donde mejor se ve, y tal cosa es una experiencia inolvidable.»

Extracto del libro Ébano de Ryszard Kapuscinski. No he podido resistirme a compartir este fragmento maravilloso donde el autor detalla magistralmente el sentimiento de pisar por primera vez una reserva natural como el Serengeti o el Masai Mara.

La sabana del Masai Mara salpicada por ñús y cebras

La sabana del Masai Mara salpicada por ñús y cebras

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